jueves, 6 de octubre de 2016

Leyendas de Roma

Leyenda de Rómulo y Remo


Las tradiciones romanas adornaron el surgimiento de la ciudad de Roma con diversas leyendas que fueron recogidas principalmente por el historiador romano Tito Livio.
Escultura de Romulo y RemoDice la leyenda que Ascanio, hijo del héroe troyano Eneas (hijo de Venus y de Anquises), habría fundado la ciudad de Alba Longa sobre la orilla derecha del río Tíber. Sobre esta ciudad latina reinaron muchos de sus descendientes hasta llegar a Numitor y a su hermano Amulio. Éste destronó a Numitor y, para que no pudiese tener descendencia que le disputase el trono, condenó a su hija, Rea Silvia, a ser sacerdotisa de la diosa Vesta para que permaneciese virgen.
A pesar de ello, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos Rómulo y Remo. Cuando éstos nacieron y para salvarlos fueron arrojados al Tíber dentro de una canasta que encalló en la zona de las siete colinas situada cerca de la desembocadura del Tíber, en el mar.
Una loba, llamada Luperca, se acercó a beber y les recogió y amamantó en su guarida del Monte Palatino hasta que, finalmente, les encontró y rescató un pastor cuya mujer los crió. Ya adultos, los mellizos repusieron a Numitor en el trono de Alba Longa y fundaron, como colonia de ésta, una ciudad en la ribera derecha del Tíber, en el lugar donde habían sido amamantados por la loba, para ser sus Reyes.
Se dice que la loba que amamantó a Rómulo y Remo fue su madre adoptiva humana. El término loba, en latín lupa, también era utilizado, en sentido despectivo, para las prostitutas de la época.
Monte PalatinoLa leyenda también nos cuenta como Rómulo mató a Remo. Cerca de la desembocadura del río Tíber había siete colinas: los montes Aventino, Celio, Capitolio, Esquilino, Palatino, Quirinal y Viminal. Rómulo y Remo discutieron sobre el lugar en el que fundar la ciudad y decidieron consultar el vuelo de las aves, a la manera etrusca. Rómulo vio doce buitres volando sobre el Palatino y Remo sólo divisó seis en otra de las colinas. Entonces Rómulo, para delimitar la nueva ciudad, trazó un recuadro con un arado en lo alto del monte Palatino y juró que mataría a quien osase traspasarlo. Remo le desobedeció y cruzó con desprecio la línea, por lo que su hermano le mató y quedó como el único y primer Rey de Roma. Este hecho habría ocurrido en el año 754 a. C., según la versión de la historia oficial de la Roma antigua.


Corazon de piedra

Una de leyendas clásicas que se hicieron populares en los vetustos tiempos míticos, fue la de Ifis y Anaxáreta. El primero era un muchacho joven y lleno de vida que cometió el error de enamorarse de la segunda. Anaxáreta despreció siempre a Ifis y rechazó, con insistencia, toda pretensión de transformarse en amante del muchacho.

Ambos jóvenes eran chipriotas y, Anaxáreta tenía por antepasados a importantes personajes históricos, tales como Teucro, considerado como el fundador de Salamina de Chipre. La joven era tan orgullosa, que no sólo hacía oídos sordos a los ruegos de su abnegado admirador, sino que también se mofaba de él en cuantas ocasiones se
 le presentaban.
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Un aciago día, el muchacho, perdida ya toda esperanza de ser, no ya aceptado por Anaxáreta, sino escuchado, tomó una radical determinación y se ahorcó en el dintel de la puerta misma de la casa en la que su despreciativa amada moraba. Más, se da el caso, que no por ello sintió la joven chipriota dolor o misericordia algunos; antes al contrario, los relatos del luctuoso suceso explican que Anaxáreta dio muestras de una sorprendente pasividad ante la aparatosa muerte de quien había sido su más contumaz pretendiente. Como si la muchacha tuviera el corazón de piedra, exclamaban sus conciudanos.

Tanto es así que, al pasar el entierro del joven Ifis, la muchacha contemplaba el cortejo desde su ventana con toda tranquilidad. Entonces, Venus -la diosa del amor-, irritada ante la frialdad, y la ausencia de sentimientos, de que hacía gala Anaxáreta, convirtió a ésta en una estatua de piedra.
Faon y safo


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En la mítica isla de Lesbos vivía un viejo de piel arrugada y enjuta, y tan lleno de achaques, que parecía imposible conocer su edad. Su nombre era Faón y tenía una barca con la que se ganaba la vida transportando personas y enseres hasta las cercanas costas de Asia.

En cierta ocasión, se acercó a la barca de Faón una mujer de aspecto avejentado, que cubría su desmirriado cuerpo con sucios harapos, y que venía a solicitar los servicios del anciano barquero, pues tenía necesidad de pasar al Continente cuanto antes. Faón, que había 
tomado a aquella mujer por una pordiosera necesitada, se prestó a socorrerla en todo lo posible y, no sólo la acomodó en su barca, sino que también la ayudó pecuniariamente para que, así, pudiera seguir su camino. El viejo Faón recibió a cambio una cajita con ungüento que, al decir de la extraña mujer, era una especie de elixir de la juventud, pues tenía la propiedad de volver tersa y joven la piel de quienes se lo aplicaran. No hizo mucho caso el viejo barquero a las palabras de la desconocida, pero aceptó su regalo con muestras de agradecimiento.